domingo, 26 de mayo de 2013

Agridulce

Hola a tod@s,

hoy es un día de sabor agridulce. Hoy una pequeña (pero no por ello poco importante) parte de mi familia ha emprendido rumbo a una nueva vida: han tenido que emigrar.

Hoy dos personas más cogen sus bártulos y sus ilusiones y se van de este país, hartos de no tener aquí oportunidades.

Sí, sé que es positivo. Es una buena oportunidad, es una salida, es una opción mucho mejor que la de estar en el paro viendo como pasa un nuevo día sin que llegue tu oportunidad, y por eso me alegro. Seguro que les irá genial, y se lo merecen. Por eso también me alegro.

Por supuesto que esto es mejor que nada, por supuesto que es una gran oportunidad, por supuesto que la van a aprovechar y que, a pesar de los nervios, ahora tienen un camino ante sí lleno de posibilidades y de momentos geniales, libres de los "comederos" de cabeza que supone la incertidumbre de no tener un trabajo ni saber cuándo te vendrá.

Pero me cabrea. Me cabrea que en este país, personas que se han sacrificado, que han estudiado gracias al esfuerzo de sus familias, que se alejaron de su casa para formarse y para trabajar en lo que les gustaba con la esperanza de volver y tener su oportunidad, finalmente hayan desistido, tras meses o años en el paro, y hayan tenido que irse lejos.

No es lo mismo irte por gusto, porque lo has elegido, que tener que irte ante la falta de oportunidades, con (supongo) la amarga sensación de que te "echan" de tu país, te alejan de tu familia y tus amigos, privándote de momentos con ellos, te separan de los seres queridos con los que te gusta pasar el tiempo, los que aprecian tu compañía.

Así que no es fácil para los que se marchan ni tampoco para los que se quedan. 

Me cabrea también ver cómo otras personas que durante muchos años han cumplido con su deber, trabajando para una empresa o para sí mismos y han ido montando su vida poco a poco, hoy sufren esa misma incertidumbre. Gente más joven o más mayor, da igual. Personas que supongo tendrán muchos malos momentos, por culpa de esta mierda de estafa que algunos nos venden como crisis, por culpa de unos pocos que desean ganar más a costa de otros. Personas que se empiezan a plantear irse, con o sin sus familias, y no porque les surja una oportunidad genial, sino simplemente porque les ofrecen una alternativa al paro.

Me cabrea aún más cuando veo cómo algunos imbéciles frivolizan con este tema, hablando de "movilidad exterior" y hablando de las virtudes de irse de España. Si tan positivo les parece ¿por qué no se largan ellos y nos dejan en paz? Porque parece que en este país exportamos buenas personas y nos quedamos con los gilipollas, y encima no se quedan escondidos, no. Se quedan gobernando, predicando, debatiendo. Estamos siendo bombardeados diariamente por mediocres, que hablan y hablan de los problemas de la gente con ligereza, que engañan con su mierda de neolengua, que dan ruedas de prensa donde se descojonan. ¿Qué sabrán ellos del paro, de los desahucios, de los derechos, de los emigrantes y de los inmigrantes, de los miedos, las esperanzas y las dudas de todos los que realmente sufren esta crisis?

Así que pese al sabor agridulce que supone ver como se nos va la gente, en el fondo uno siente hasta envidia. Porque nadie está libre de miedos e incertidumbres, no importa donde vayan. Nadie está libre de pasar días mejores y días peores. Pero al menos perderán de vista esta mediocridad que nos rodea.

Mucha suerte.

miércoles, 15 de mayo de 2013

El latido de la desigualdad (J.D. Botto)

Hola a todos, 

hoy os dejo un texto extraído del libro Invisibles, de Juan Diego Botto, libro que recomiendo encarecidamente, por cierto. 

Botto vivió en sus carnes la desaparición de su padre, militante de izquierdas y actor, durante la dictadura de Videla. También lo que es el exilio y ser un inmigrante. Tiene una sensibilidad especial para con este tema, por ello aunque es un texto largo, merece mucho la pena.

Os dejo con él:

Cuando alguien pasa varias horas en un barco en alta mar suele ocurrir que, al regresar al tierra, mantiene aún  la percepción de que el suelo se mueve, que los adoquines fluctúan en movimientos ondulares como las olas. Es una trampa del cerebro, que necesita un tiempo para comprender o readaptarse a ciertas realidades. Y es que cuando alguien está habituado a una rutina, le cuesta percibir los cambios que se producen a su alrededor.

Los medios de comunicación en España han detonado tantas veces las alarmas con respecto al tema migratorio, han sido tantos los titulares y las noticias sobre la invasión de cayucos y pateras, de subsaharianos y latinos que venían a transformar nuestro mundo, a cambiar nuestra cultura, a ensuciar nuestros barrios, a poblar de delincuencia nuestras calles, que a muchos les cuesta asumir una nueva realidad: España ha vuelto a ser un país de emigrantes.

En 2012 el número de personas que salieron a buscar un futuro más allá de nuestras fronteras superó por primera vez el número de personas que entró en nuestro país precisamente para lo mismo. Desde 2011 han abandonado España más de un millón de personas. Dicho de otra manera, por primera vez en muchos años el número de emigrantes superó al de inmigrantes. España es de nuevo un país de gente que necesita buscar fuera lo que no puede conseguir dentro.

El asunto migratorio no es un tema tangencial al resto de los problemas que padece un país: es una forma de radiografiarlo, es la foto más precisa de su situación, porque lo que se esconde detrás de la migración es el latido de la desigualdad. La gente parte porque no encuentra respuestas a sus necesidades, porque su país no les ofrece lo mínimo para vivir dignamente.

El deterioro de la calidad de vida de un territorio lo podemos ver en la imagen del número de personas que abandona su casa dejando atrás familia y amigos para tratar de hallar mejor fortuna en otro lugar. En España, por poner un ejemplo, tenemos un porcentaje de desempleo juvenil del 50%, una cifra insostenible e imbatible en prácticamente cualquier competición internacional. El desempleo global ronda el 25%, es decir, uno de cada cuatro españoles está desempleado. Otra cifra: más de 1.737.000 familias tienen a todos sus miembros en paro. Este es quizás el más significativo de los marcadores, porque la familia es lo que de momento está consiguiendo que la crisis no tenga la dimensión de cataclismo social que se correspondería con estos números.

El sostén familiar, representado en los padres o abuelos, tiene sin embargo fecha de caducidad. Cuando los ahorros de los mayores se agoten, la situación será insostenible. Los números son categóricos.

Mantenemos la percepción de pertenecer a un Estado de clase media, pero lo cierto es que estamos siendo depauperados. Naturalmente, los estándares de lo que significa lo "mínimo para vivir" varían si hablamos de Madrid o de Bamako (capital de Mali). Se podrá objetar que no estamos tan mal porque lo que se entiende en Europa como umbral de la pobreza sería clase media en otras zonas del planeta. Es un relativismo mezquino porque no tiene en cuenta la realidad del entorno, los costes de la vida. La exclusión social se mide en función de la sociedad en que se vive y de la que se puede ser apartado.

El primer derecho humano que se les niega a los inmigrantes es el derecho a no tener que emigrar, el derecho a un trabajo digno, a una vivienda digna, a no tener que abandonar una familia y una cultura. Nunca ha dejado de sorprenderme la facilidad con la que alguna gente trata de estigmatizar a los inmigrantes colocándoles en una especie de estatus de élite.En una doble victimización de los pobres, se llega a acusar a los inmigrantes de ser ricos clandestinos, de disimular su bienestar para aprovecharse de los beneficios de las ayudas sociales y la solidaridad: <<Esos que vienen y lo tienen todo tan fácil, esos que no tienen que pelear como nosotros, espos que vienen y reciben subvenciones y plazas de guardería, y ayudas médicas, esos que vienen a operarse, esos que en suma nos quitan lo nuestro>>, lo que en realidad quiere decir <<me quitan lo mío>>.

Sé que ese tipo de comentarios son espoleados por muchos medios de comunicación que actúan como correas de transmisión de algunos partidos políticos o de intereses empresariales. Sé que siempre es rentable electoralmente culpar de los males que nos asolan no al gobierno que hace mal su trabajo, no a las empresas que despiden trabajadores, no a la banca que ejecuta los desahucios, sino al "otro", al negro, al moro, al latino, al distinto, al de fuera o, dicho de otra manera, al pobre. Y es que el xenófobo no suele despreciar o estigmatizar a un empresario extranjero que, pongamos por caso, viene a montar un gigantesco casino y recibe todo tipo de regalos de las entidades públicas en forma de subvenciones o exenciones fiscales. No. Lo que molesta es el pobre. Pero para poder acusarlo, para poder culpabilizarlo, es necesario primero desvictimizarlo.

No es un hombre o una mujer que ha dejado atrás a su familia, no es alguien que echa de menos la comida de su madre, el olor de las calles de su barrio, la textura de la piel de su marido, no es alguien que tiene dificultades para adaptarse a un idioma distinto con unos códigos distintos, una cultura distinta, no es alguien con menos garantías laborales, que trabajará más horas con menos protección, no es ese que no está cubierto por casi ninguna ley laboral, no es ese que llora cuando cuelga el teléfono en un locutorio después de asegurarle a su mujer que todo está bien, no es nadie parecido a nosotros, ni alguien que podríamos ser, que nuestros abuelos fueron, que quizás seremos o que, en algunos casos, ya somos.

No, para poder culpabilizar a un inmigrante es preciso situarlo en ese lugar donde habitan los que gozan de grandes privilegios. En la representación del mundo que algunas personas elaboran, buena parte de los problemas que tenemos se acabarían si se fueran los inmigrantes. Hay gente que cree vivir en una sociedad donde el Estado se desvive por aquellos que vienen de fuera mientras aprieta la soga a los que han nacido aquí. Resulta sorprendente porque creo que no es tan difícil imaginar lo que significaría para cualquiera de nosotros estar en un entorno completamente distinto, lejos de los nuestros. (...)

Cuando empecé a escribir estos textos estuvo muy presente una amiga boliviana, Luisa, que lleva cerca de cuatro años en Madrid. Luisa trabaja cuidando niños pequeños, lo que en realidad significa que trabaja limpiando casas y cuidando niños. Se levanta muy temprano, coge el autobús que la lleva a su primer trabajo, donde cuida a un niño de 11 meses y limpia la casa; al mediodía toma el metro que la lleva a su segundo trabajo con otra familia, donde se hace cargo de una niña de 3 años. Yo la he visto con los niños y es difícil imaginar una mejor contadora de cuentos: ante cualquier conflicto inventa un cuento que los saca de la más espesa de las rabietas. Trabaja doce horas todos los días excepto los domingos.

Luisa tiene un hijo al que hace cuatro años que no ve. Con el tiempo ha aprendido a tejer un manto de dureza para soportar el dolor que le produce la separación con su pequeño. Cualquiera que sea padre o madre puede comprender lo que esto significa. Un sacrificio así se hace solamente si crees que es la única forma de garantizar un futuro a los tuyos, la única forma de darles las oportunidades que tú mismo no has tenido. Algunas veces ella confiesa su temor más profundo. Tiene amigas que han pasado años lejos de sus pequeños y, al volver, estos ya no las identifican como sus madres: tienen un reproche instalado en el corazón y son incapaces de borrarlo.

Luisa sabe que para su hijo es duro entender que todo esto lo está haciendo por él. Es muy difícil que no sienta que su madre lo ha abandonado, que a fin de cuentas ella no está allí para cuidarlo cuando tiene miedo por las noches, ara contarle sus cuentos, para llevarlo al colegio, para enseñarle a atarse los cordones. Sabe que el riesgo de que su hijo simplemente no la quiera, que no la sienta como su madre, es real. Sabe que cuando hablan por teléfono y el niño dice mamá es para referirse a su abuela, la madre de Luisa, que es quien ejerce ese rol de madre cuidadora. Pero a pesar de todo, para ella este periplo merece la pena. No creo que pudiera pensarlo de otra manera. A estas alturas de su vida, necesita pensar que merece la pena que todos este dolor, estos sacrificios, serán algún día reconocidos y agradecidos por su hijo. Ha apostado casi todas las fichas de su vida, al menos de momento, al futuro. Su presente no es una búsqueda de felicidad personal, sino un peaje recaudatorio para volver a casa. El ahora no importa más que como un tránsito hacia ese mañana con ahorros en que se reencontrará con su familia. Deseo que todo salga como ella ha planeado, como también deseo que pudiera tener un presente en el que no necesitara trabajar 12 horas, en el que dispusiera de cobertura médica, en el que estuviera dada de alta, en el que trabajara con contrato, en el que cobrara protegida por algún tipo de convenio. Y es que a diferencia de lo que muchos creen - o quieren hacerles creer- los inmigrantes no son saqueadores de recursos públicos.

Empecemos diciendo que los principales receptores de ayudas públicas son las grandes empresas y fondos de inversión que poseen mecanismos para tributar en  porcentajes irrisorios, y los grandes defraudadores fiscales que no solo son tolerados por ley sino que hace poco fueron premiados con una amnistía fiscal que les permitía regularizar su situación con la hacienda pública, abonando solo el 10% de lo que adeudaban. La regularización final se acercó al 3% real. Es decir, a los grandes defraudadores se les permitió no solo infringir la ley, con el detrimento para el conjunto de los ciudadanos que eso tiene - en un momento de duros recortes sociales ese dinero podría venir bien para prestaciones, sanidad,educación, etc- sino además traer dinero a España que, en muchos casos, es el equivalente a decir <<blanquearlo>>.

Más allá de eso, hay dos cuestiones que siempre son mencionadas al hablar de los privilegios de los inmigrantes: el acceso a las guarderías públicas y el abuso de la sanidad. Con respecto a las guarderías públicas el problema es que hay pocas. Falta inversión en escuelas infantiles públicas para dar cobertura a la demanda que existe. Si no se crean más es porque se favorece el negocio de las escuelas privadas. Los criterios de selección están generalmente vinculados a la renta y las horas de ocupación de los padres. En el caso de los inmigrantes, lo habitual es que o bien solo esté disponible un progenitor para hacerse cargo de los niños, o que ambos trabajen, y a su vez que sus salarios sean muy bajos. Si acceden a las plazas es por su estatus socio-económico, y no por ser de fuera. Con respecto a la sanidad, basta observar un dato: los inmigrantes representan el 10%  de la población, pero solo el 5% de los pacientes. Es decir, van al médico, de media, la mitad que la población autóctona, según la Sociedad Española de Medicina Comunitaria.

Cuando Luisa regrese a Bolivia, se habrá convertido en una pequeña Marco Polo, habrá visto más mundo que la mayoría de sus vecinos, habrá conocido más diversidad que la mayoría de nosotros, se habrá enfrentado a más retos y problemas, a más intensidad de vida que la gran mayoría de la gente que nunca sale de su barrio, de su pueblo, de su ciudad o de su país. Todo eso será cierto, como también es cierto que ella nunca quiso salir de allí. Si hubiera tenido garantizada una vida digna y amable y justa para ella y su familia, jamás se habría ido.

Bolivia es un país con enormes riquezas, cuenta con la segunda mayor reserva de hidrocarburos de América Latina, es el cuarto productor mundial de estaño, el undécimo productor de plata. Sin embargo, es un país con cerca del 6,7% de su población dispersa. El problema no es que no haya riqueza, no es que no haya recursos.En las áreas urbanas de Bolivia cerca de la mitad de la población es pobre, en zonas rurales cerca de un 78%. El 10% más pobre percibe el 0.2% del total de ingresos; el 10% más rico con el 42, es decir, 235 veces más según el Plan Nacional de Desarrollo.

En el país de Luisa, el 20% de las unidades agropecuarias poseen el 97% de la riqueza. ¿Qué se dibuja detrás de estos números? Una realidad que se concreta en cualquier rincón del planeta donde depositemos la mirada: detrás de la pobreza está la desigualdad.

El 1% de la humanidad posee el 43% de la riqueza total. El 10% controla el 83% de la riqueza. Según datos del Centro de Investigaciones del Congreso, la mitad de la población estadounidense tenía en 2010 apenas el 1,1% de la riqueza del país. Según ese mismo informe, el 10% más rico de EEUU poseía el 74% de la riqueza. Y la élite económica mundial evadió al menos 16,7 billones de euros entre 2005 y 2010 según un informe de Tax Justice Network.

Los que más tienen cada vez tienen más y posiblemente sea a costa de los que menos tienen. Existe una línea directa entre beneficios desorbitados y pobreza. Mencionemos un simple ejemplo: recién explotada la burbuja inmobiliaria, algunos grandes inversores decidieron retirar su dinero del ladrillo y apostar en terrenos más fiables: las materia primas. Invirtieron en futuros, principalmente de arroz y cereales, confiando en que los precios subirían. Como estas operaciones van acompañadas de complejos mecanismos financieros que pueden provocar el cumplimiento de sus profecías, estos fondos de inversión vieron cómo efectivamente los precios se disparaban, en algunos casos con aumentos superiores al 120%. Estas subidas supusieron millones de beneficios para los bolsillos de algunos inversores, bonus millonarios para algunos gestores de fondos. A su vez trajeron riesgo, hambre, desnutrición y muerte a cientos de miles de personas que dependían de estos productos, a los que dejaron de tener acceso a causa de la subida del precio. Que en un país como Egipto el precio del pan se duplicase provocó el surgimiento o crecimiento de diversos movimientos sociales de protesta, que sentaron las bases para las revueltas que estallaron en enero de 2011 y supusieron la caída del dictador Hosni Mubarak.

domingo, 5 de mayo de 2013

De desprecios y otras cuestiones...

Anoche, durante una conversación, alguien que es de izquierdas, supuestamente sensible con los problemas de otros, que acude a manifestaciones contra el paro (pese a tener trabajo), contra los desahucios (pese a tener vivienda) y contra los recortes en general, sin ser uno de los más perjudicados, me hizo darme cuenta del enorme camino que nos queda por recorrer y de la lacra que suponen para la humanidad los prejuicios.

Que personas que no demuestran tener ni un ápice de apatía para con quienes se supone que son sus semejantes tampoco la tengan para quienes no son de su especie, sorprende menos. Pero que personas supuestamente empáticas con el sufrimiento de otras personas, tengan luego opiniones tan obtusas en otras cuestiones, me descoloca.

La conversación que os digo giraba en torno a las corridas de toros. Según parece, aún existe quien justifica las corridas de toros como algo que está bien porque el toro se come después. Es genial que pienses que para alimentarte de un ser vivo, es necesario torturarlo para tu diversión previamente. Es una justificación de lo más absurda a mi juicio. Que me digas que te comes al toro, pos vale. Que me digas que disfrutas viendo como lo torturan, porque te parece un espectáculo estupendo, pues al menos llamas a las cosas por su nombre. Pero es ese cinismo de no querer reconocer que disfrutas con la tortura de un ser vivo lo que me sorprende. Porque esa es la realidad: te gusta disfrutar de un espectáculo en el que un toro se mea de miedo, se le ve aturdido, brama asustado e intenta defenderse. Un cruel espectáculo en el que un ser vivo que quiere vivir es asesinado tras una lenta agonía. Y quien no lo quiere reconocer es porque es un cínico.
 Porque cuando pregunté: "¿te parecería bien ver a un grupo de personas clavándole cosas a un perro antes de matarle?", la respuesta fue "no". Entonces, ¿por qué te parece bien que lo hagan con un toro? Es que soy incapaz de entenderlo, lo único que puedo pensar es que es algo que está "aceptado" por muchos, y ya está, no hay que plantearselo como lo que es: como una tortura innecesaria y cruel. La gente que lleva desde pequeño llendo a los toros no quiere plantearse si les parece bien o no. Y ese es el problema principal: no quiere plantearse.

Cuando la gente se avergüenza de sus propios argumentos, porque al intentar razonarlos se da cuenta de su propia incongruencia, intenta argumentar de otra manera. Y normalmente la cosa va a peor. La verdad, es algo que todos tendemos a hacer, intentar justificar nuestra posición aunque estemos dudando de ella mientras la defendemos.

El colmo del absurdo llega cuando comparas el maltrato animal con el maltrato humano. Porque para mí, quien mata de una manera cruel, quien disfruta causando dolor y muerte a un ser inocente, es un asesino. Y ya puede haber matado a un toro, a un perro o a un humano. Pero si lo digo así de claro, consigo que la gente me mire como si hubiese dicho que apoyo el holocausto, como si fuese una barbaridad así.

Lo cierto es que hay muchos estudios que relacionan la crueldad en animales con la violencia contra los humanos, y muchos casos de psicópatas que antes de asesinar humanos practicaron con animales. El propio José Bretón, supuesto asesino de sus hijos, reconoció que quemaba perros y gatos en su finca habitualmente.

Pero volviendo al tema de la empatía, llega un punto en la conversación en que la persona, de una manera absolutamente radical te dice la frase mágica: "no me compares a las personas con los animales". 
Y yo digo ¿por qué no puedo compararnos? ¿qué es lo que nos hace incomparables? 

Según la persona con la que conversaba ayer, los animales no tienen inteligencia ni capacidad de amar. 

Osea que una persona que es bastante crítica, bastante leída, bastante empática y sensible a muchos temas, de repente te suelta con una burrada de tal magnitud y encima la rara eres tú.
Sinceramente no pienso ni molestarme en buscar enlaces para poner aquí que demuestren que los animales SÍ tienen inteligencia y capacidad de amor. Porque tan obtuso y absurdo es pensar lo contrario, tan irreal, tan incierto, que es que no tengo las ganas de demostrar que alguien se equivoca. Más que nada porque si eres capaz de decir tal burrada y quedarte tan tranquilo, poco puedo hacer yo para hacerte ver que la realidad del mundo te contradice ampliamente.

Lo que más me jode es esa sensaciónde que hay quien te mira por encima del hombro, como si fueses una niñata, por defender ciertas ideas, por flipar con ciertos comentarios o cuando corriges a alguien. Por ejemplo, al corregir a alguien que habla de "raza humana" diciendo que es "especie humana" (que es que no es lo mismo) y que te digan "llámalo como quieras". Oigan, que no es como quiera yo, es que es así por definición. Pero tienen que contestarte como despreciándote...
La misma sensación tuve hace tiempo cuando un señor un pelín homófobo decía que era lógico prohibir los conciertos en Chueca durante las fiestas del orgullo, porque se habían llegado a medir 200 dB otros años. Pues es que me dió la risa. 200 dB. Como si eso fuese posible (el llamado "umbral del dolor está en 140 dB, un sonido superior a 140 dB aunque sea muy breve causa daños en el tímpano), como si hubiese equipos que midiesen tales niveles. Y esos 60 dB de diferencia no son cualquier cosa, debe tenerse en cuenta que es una escala logarítmica, osea que no crece de manera lineal: ejemplo, un lavavajillas que emite un ruido de 50 dB no es algo más ruidoso, es 10 veces más ruidoso que uno que emita 40 dB y 100 veces más que uno de 30 dB. Una cosa es que algo no te guste, otra que tengas que emplear argumentos basados en mentiras para defender tu causa.

En  fin, volviendo a los animales. Doy muchas vueltas al tema del especismo, a cómo los humanos nos consideramos los dueños del mundo basándonos en una superioridad que nosotros mismos hemos impuesto al resto. Porque desde luego no somos más fuertes que otras especies, ni más rápidos.
Aparte de que haya quien considera que los animales no tienen inteligencia o capacidad de amar (está claro que quien piensa así no ha tenido un animal en su vida) y ahí ya no hay más que discutir, es cierto que está comúnmente aceptada la superioridad en cuanto a capacidad intelectual de los humanos con respecto a otras especies (esto lo digo con la boca pequeña, pues estamos rodeados de tanta estupidez que cada día lo dudo más).

Pero bueno, si lo que se utiliza para justificar la dominación de unos seres sobre otros es la inteligencia, entonces estamos aceptando que incluso dentro de nuestra misma especie, los más inteligentes tendrían el derecho o el deber de dominar a aquellos cuya capacidad intelectual sea inferior, ¿no? Entonces, siguiendo este paralelismo, si lo que te permite "dominar" a un animal, o utilizarlo como un recurso, es que tiene menor inteligencia, también puedes hacerlo con personas menos inteligentes.
Claro, decir esto es una burrada, ¿no? A mí me lo parece, y a quien se lo dices por lo normal también. Porque te dice, "no es lo mismo, porque aunque sean menos inteligentes, son personas". Osea, que en el fondo es una cuestión de la especie.

Se considera normal que el ser humano trate como un recurso a otras especies, a otros seres vivos, bien para trabajar con ellos, bien para divertirse a su costa llegando incluso a matarlos, bien para alimentarse de ellos, porque "son de otra especie".

Hace no tanto, los blancos podían hacer lo mismo con los negros, utilizando el mismo argumento, porque se consideraban inferiores. Y estaba asumido, legislado y bien visto.

Hoy en día, el racismo está asumido como problema y es algo que la gran mayoría critica y rechaza. En cambio el especismo, ya no es que esté asumido y bien visto, es que ni siquiera es considerado como una realidad para la mayoría de las personas.

Es como si no estuviese ahí, como si no fuese una realidad en nuestra sociedad, en nuestro día a día. Pero lo es, es algo que nos rodea y que podría considerarse un tabú. Porque la mayoría de la gente ni siquiera quiere pensar en ello, lo desecha con una sonrisa burlona (en plan, "esta es una loca de los gatos") o mira para otro lado porque no quiere pararse a pensar sobre estas cosas (como pasa a tanta gente con tantas cosas).

Muchas personas no quieren analizar si sus propios comportamientos son coherentes con aquello que realmente quieren ver en el mundo, en fin, es un proceso complicado, duro, largo. Sobre todo porque es duro darte cuenta de tus propias incoherencias, asumirlas o corregirlas. Es más fácil pensar que lo que haces está bien porque es lo que hace todo el mundo, lo normal, o lo que se lleva haciendo toda la vida (aunque esto sea mentira, claro).

Porque sí, toda la vida se ha comido animales o vestido sus pieles, pero es que por suerte evolucionamos y hoy en día no habría la necesidad de vestirse con pieles ni de comer animales, pues hemos conseguido la tecnología como para lograr productos sustitutos de los productos animales. Otra cosa es que no nos apetezca cambiarlo o no sepamos cómo hacerlo.
Vamos, la tarea no es fácil porque muchas cosas que nos rodean están relacionadas con el daño a otros animales, pero como todo: lo primero es querer cambiar y después ir corrigiendo tus errores.
Pero como siempre digo, haciéndome eco de Ghandi: se tú el cambio que quieres ver en el mundo. Saca de tu vida lo que no quieras tener en ella, cambia tus costumbres si decides que no te gustan. Sé coherente, sé crítico con lo que te rodea y más contigo mismo. Quizás sea este el único camino para lograr un mundo mejor.

Un saludo.


"NUESTRA TAREA DEBE SER AMPLIARNOS DE COMPASION PARA ABRAZAR A TODAS LAS CRIATURAS Y LA TOTALIDAD DE SU HERMOSURA" Einstein.